sábado, 13 de octubre de 2018

La despedida final a José

¿Has sentido alguna vez cuando despiertas, que tu sueño fue tan real, tan potente que es como si hubiese sido parte de tu vida?

Hoy les quiero hablar de José... o Pepe, alguien que amé en un sueño, y fue tan real... un gran amor, pero como los grandes amores, terminó muy mal. Quizá un amor para perdurar debe ser paulatino, suave y constante. Si es explosivo y voluntarioso, está destinado al fracaso.

Hoy desperté con ese sentimiento de vacío de haber perdido a alguien, y no quiero olvidar la historia de Pepe.

Estaba como cualquier día en la universidad de España (por cierto, jamás he ido a España) y me encontraba con un viejo amigo en el pasillo, Danko. Entramos a un saló de clases grande, blanco, bien iluminado y con grandes ventanas con marco de madera.
Esa mañana mi abuelo le había regalado a mi hermano pequeño (el menor de los varones) una mini moto de 3 ruedas roja, que había encontrado medio desarmada y él la reparó y la pintó, y se la pasó "para que saliera a hacer sus maldades con estilo" y se reía, y todos nos reímos con él (mi abuelo nunca conoció a mi hermano porque murió meses antes que él naciera.
Había sido una buena mañana, y yo realmente estaba de buen humor.
Paty, una vieja amiga, nos invita a mis hermanas y a mi a ir a su casa a preparar dulces, y le digo que aún me quedaban de mi cumpleaños (el que había sido casi hace un mes), pero yo abría un horno eléctrico pequeño y sacaba un merengue relleno y me lo comía y le decía, pero si están buenos! Todas nos reímos, ellas me dicen asquerosa, yo las persigo con mi merengue aún en la mano, y más allá hay alguien más que se ríe de nuestro momento de amigas, un varón, no lo veo, pero asumo que es un compañero de clases.

Empieza la clase, y no presto ninguna atención así que básicamente no sé si soy la alumna, la profesora o la ayudante. Es posible que ayudante, porque no me tocó dar la clase y daba lo mismo si escribía o no.

Termina. Salgo del salón y me paseo por largos pasillos bien iluminados, que dan a los costados con un campus lleno de árboles (solo una vez estuve en un lado así y fue la Universidad de los Andes), daba gusto estar ahí, me sentía alegre en ese lugar, y fui a una pequeña oficina. Un pequeño cubículo con medias paredes y vidrios. Hablo con un sujeto simpático, de mediana edad simpático, entrego unos papeles que debía haber entregado y nos reímos. Me voy y sigo caminando, Danko (con el que ya me había encontrado antes) me entrega un papel, un mensaje anónimo simple, algo así como "Eres preciosa". Me encanta! solo me hace aún mejor la mañana.

Pasan los días y siguen llegando mensajes, le pregunto a mi amigo quien es, y no hay respuesta. Le respondo los mensajes, y comienza una linda amistas por correspondencia. siguen pasando los días y necesito aceptar que no es "solo inocente amistad" le gusto, y me gusta, pero no lo he visto.Creo que es hora de vernos.

Nos vamos a juntar en una de las salas, cuando llego hay una reunión de profesores, y afuera está esperando el psicopedagogo. Adentro hay un profesor de unos 50 años, es alto, su piel blanco/rosada está mejor cuidada que la mia, se mantiene en forma, si no fuera por las canas ni siquiera notarías su edad. A menos que hables con él... la cultura hecha persona. Siempre he amado hablar con personas cultas, pero me cohibe un poco, siempre termino pareciendo una niña tonta. También hay 2 profesores más, uno bajito y macizo, de pelo entre cano y bigote negro, y un profesor de unos 70 y tantos, tan alto como el primero, completamente cano y arrugado, blanco amarillento, la nariz corvada y sonrisa de viejito bonachón, paso preguntando por... ¿Debería decir "Pepe"? Quizá ni si quiera se llama así. Siento la horrible necesidad de salir corriendo, debería ir y preguntarle a Danko si de verdad se llama así ¿Y si no era una buena idea juntarnos?
Los profesores me ven confundida e hiperventilada, digo incoherencias, patizamba, torpe, me tropiezo y boto algunas cosas, ellos rien muy divertidos, en la carrera de salida me tropiezo con la mesa del psicopedagogo, un hombre delgado, moreno, callado, mirada de perrito abandonado, sonríe timidamente y me ayuda a recoger sus cosas y salgo volvando.

Bueno, ya fue, ya no nos juntamos. Pienso mientras hablo con mi amigo, y él no sabe que decirme.Pasan los días. Me vuelve a escribir, no se si quiero responder. Respondo, al fin y al cabo en realidad él no hizo nada malo, ni siquiera se si es su nombre real. Pero ya no es igual... ya era.

Sigo yendo a la universidad, pero ya nada es igual, ya no me veo tan feliz. Encuentro botado un papel con esa letra que ya conocía. No recuerdo que decía, pero no era algo bueno.
Voy donde mi amigo y le pido que me diga de una vez quien es "Pepe" y si acaso no es que era él mismo., jura que no. Vuelvo a la sala donde estaban los profesores y están los 3 conversando. Le hablo sobre algún tema de las cartas al profesor culto... no tiene idea, él tampoco es. Descarto los otros 2... Esperen ¿y la persona que estaba afuera la otra vez? No está esta vez. Me dicen que se fue, ya no trabaja más ahí.

Eso era! el último papel era una despedida. Lo dejo ser.

Bajo a caminar por el pasto y llego casi a la salida. Una gran vaya de madera alta, con un portón. Un auto se detiene, un niño me dice "Profesora" (ah! era profesora allí yo tambien al fin y al cabo) "Profe, le vengo a avisar que me voy" miro afuera y hay un auto con una señora, una anciana (seguramente la madre de la señora que conduce) y 3 niños sentados atrás. "El niño me da 2 billetes de $1.000 y me dice "Dice mi papá que es para la campaña que estaban haciendo. Nos vamos porque mi mamá se enojó con mi papá por unas cartas" Y lo entiendo todo. Ese niño es el hijo del psicopedagogo. La mamá se molesta por lo que dijo y alcanzo a gritar antes que se vayan que está bien, que de todos modos yo le iba a preguntar porque esas cosas se escriben en el libro de clases. Es mentira, ella lo sabe, y yo se que lo sabe. Se van.
Tiro los billetes.

Pasan los años, me estoy por casar con alguien más. Estoy parada fuera de la puerta de una casa con una careca de madera, y un pórtico muy gringo. Mi papá me abraza y me dice que se alegra tanto que haya seguido con mi vida como debía ser, y que quedaba atrás todo lo de "Pepe"... Hace tiempo nadie lo nombraba. Me da tristeza, pero ya no tanta como antes.
Ya casi llegó el momento, ya no queda nada para la boda. Y casi como consecuencia de que lo volvieran a mencionar, encuentro uno de los billetes que arrojé tiempo atrás. "Perdóname preciosa" y más cosas que no se me dió la gana leer.
Me caso, y sigo adelante.

Años más tarde, me encuentro con ese alumno de hace años atrás, me cuenta que su papá José murió. Estaba enfermo... cáncer de algo. Pero siento que con él, todo el pasado murrió. Fue la última vez que lo lloré.
Al fin la historia de Pepe se había ido.


Finalmente desperté con tanta tristeza. Jamás en mi vida he visto a ese hombre, jamás he vivido algo así (gracias al cielo!). Pero por alguna extraña razón, sentí que debía escribir la historia de Pepe. Quizá después de todo sí merecía una despedida. 






viernes, 20 de julio de 2018

A medias

Desde que tengo uso de razón todo lo que comienzo, queda inconcluso. De hecho yo misma me siento un ser a medio hacer.
Comencé a ir al taller de música, quería aprender a tocar flauta traversa... 3 clases.
Comencé a ir a taller de teatro... varias entradas y salidas, hasta que terminó el liceo y hasta ahí quedó mi carrera actoral (Dije que lo estudiaría, pero ni siquiera lo puse en las postulaciones de carreras)
Comencé a ir a un taller de ópera, y... la falta de talento y perseverancia hizo de las suyas nuevamente.
Comencé (por segunda vez) a ir a karate, y mi dolor de tobillos y fascitis plantar dejaron mi meta de "ponerme en forma" en solo 3 meses de entrenamiento.

Me pregunto si no fui yo misma quién me saboteó en cada intento, y solo he nombrado cosas pequeñas, triviales... pero mi macabro autodesprecio por mis propios intentos de hacer algo conmigo misma van mucho más allá, el sabotaje, chantaje, chaqueteo y auto abucheo va mucho más hondo, desde las raíces mismas de lo que me constituye. En mis roles, en mis gustos, en mi emocionalidad. Excepto en mis conocimientos, eso sí me lo respeto.

Pero en general, no importa que otro ámbito de mi misma sea el que esté de turno para "subir al columpio" siempre hay una parte negra  y pegajosa, como asfalto interior hirviendo, que dice "No puedes" "No eres suficientemente buena" "En el fondo ambas sabíamos que no lo lograrías" "Ni si quiera se para que te esfuerzas, solo hace que duela más el fracaso" "No importa lo que hagas, siempre el del lado lo hará mejor que tú" "Ni siquiera estas apta para... no sé ¿existir? qué te hace pensar que además puedes hacer esto bien.

Me gustaría terminar diciendo, pero ¡JA! me sobrepongo y demuestro que no es así, porque en realidad, siempre queda demostrado lo contrario, y las veces que sí logro hacer algo, nunca es suficiente, siempre quiero más, siempre siento que pude hacerlo mejor, siempre queda el "si hubiera hecho tal o cuál cosa esto habría sido mejor".
Es el peor sabotaje de todos. El que te chaquetea lo que sí lograste, pero te hace sentir como que no fue victoria del todo.

Pírrico ¿Cónoces esa palabra? Es una victoria en la que se perdió tanto que casi sabe a derrota. De alguna forma se siente así cada pequeña victoria.

Pero ¿Por qué miércale me hago esto a mi misma? Ni idea, quizás me hice algo muy malo en otra existencia y ahora me estoy vengando, o quizá es solo que estoy demente. Probablemente es lo segundo... definitivamente es lo segundo.

Tenía una anédota super buena que pensaba escribir para ilustrar este post, pero como siempre, mejor lo dejo así, como sin terminar.


martes, 20 de febrero de 2018

Por algo se empieza

Hace tanto tiempo no escribo aquí, que me siento como si estuviera aprendiendo a escribir nuevamente. Siento como si no tuviera nada que decir, no se me ocurre como comenzar, las ideas que tenía se han esfumado y aquí estoy. Sentada frente al teclado, sintiéndome sola, vacía y absurda.

¿Qué tienes tan importante que decir para que merezca ser leído? He ahí la real pregunta.


Porque siento que una página en blanco (aún una digital) es tan hermosa, que solo merece la pena el utilizarla, si lo que tienes que decir es bello, o importante, o trascendente o al menos medianamente interesante. Pero ¿Qué tengo yo?

A veces siento que mi interior hierve como un caldero repleto de insectos coloridos y brillantes, algunos más oscuros, algunos manchados, algunos blancos como nieve, algunos negro como la noche más oscura, pero cada uno con su propio caldero ebullendo en su interior. Como un carnaval dentro de otro carnaval. Y de pronto decido volver a sacar partes de mi alma y plasmarla en palabras, y el movimiento interno se acalla, se apagan las luces, los insectos se esconden, y quedo sola en medio de la pista. Como el presentador abandonado por los artistas de un circo, intentando patéticamente sacar adelante un show el solo.

Entonces, te pregunto otra vez ¿Qué tienes de bueno que decir para que merezca la pena ser leído?


Y cual mendigo, con mi ropa interna hecha girones, con la cara interna sucia y demacrada, con los zapatos de mi interior gastados de tanto deambular, sin abrigo en el alma para cubrirme del frío exterior... de ese frío que el abrigo externo no alcanza a filtrar, de ese frío que atraviesa ambos mundos, y pasa de mi exoesqueleto directamente a congelar hasta el último resquicio de mi alma.


Tercera y última vez que pregunto ¿Qué diablos tienes de bueno que decir que merezca la pena ser leído? 


Y de pronto como si se dejara la vida en ello, el mendigo interior se levanta, se pasa una manga por la cara, no le importan sus harapos, sus ojos cobran vida, se sublevan, recuperan una dignidad que creyó extiguida. Se quita los zapatos, se quita los andrajos, se presenta orgulloso y desnudo, con un halo de rebeldía que le devuelve el amor propio, y sin más grita


¡¡¡NO ME IMPORTA!!! ¡YA NO ESCRIBO PARA TI, SINO PARA MI!

Y con esa dignidad solemne se da media vuelta y se va. Y mi vida interna y la externa se unen, se mezclan, y se confunden. 

Al fin y al cabo escribir desde siempre ha sido un acto de rebeldía, y hoy me rebelo a escribir pensando en lo que tú quieres leer, sino me presento orgullosa y desnuda porque escribo lo que soy, y no lo que quieres que sea.